viernes, 17 de julio de 2009

El tiempo de las mariposas (*)



por Suny del Carmen Arrazola

¿Yo qué sabía del amor?...,si era una niña. Usaba todavía faldas con encaje y no podía vivir sin los conos de chocolate. Pero esa noche con olor a tarde, sus ojos reflejaban el infinito. Fue repentino, fugaz. Podría jurar que en ese momento sentí cómo el cielo se abrió frente a mis pupilas…


***
- Me llamo Luna, y quisiera tener 11 años, pero no los tengo. Terminaré las últimas páginas de este diario, comenzándolo de nuevo. He tomado una decisión: Me iré al cielo y será por mi cuenta. Las hijas que no tendré entenderán que ha sido por nostalgia y no llorarán mi muerte. Aún lo recuerdo todo. La primavera reinaba.
Y era el tiempo de las mariposas...

Era tan ingenua que no distinguía los colores. Para mí el pasto era un inmenso océano, suave, cálido… Y el cielo una alfombra voladora, sagrada..., que no podía ser tocada. A mí me gustaba cantar. Aún me gusta, pero no lo hago más. Ni sonrío. Y ya ni siquiera lloro. Terminé por secarme. Vi morir a mis lágrimas una por una; rodar, y estallar en el momento en que terminaban su pequeño recorrido por el aire, y chocaban contra el suelo. Las vi, y a todas les di un nombre y un funeral. Las recuerdo aún, como las hijas mías que tuvieron que sacrificarse y derramaron con ellas mi dolor, hasta que sólo quedó el vacío dentro de mí.


***
- Si alguien en el mundo leyera mis angustiosas letras y llegara a profundizar hasta descubrir la podredumbre que me mata más abajo de la carne y los huesos, ¿sentiría pena por mí…? ¿me tendería la mano…?


***
- El día en que percibí su tacto, vi cómo los universos se unieron en uno solo. Y cuando admiré su desnudez y le vi despojando a mi cuerpo de sus ropajes y antifaces, entendí tantas cosas, fue un lapso de clara sabiduría, que me dejó ciega por segundos..., hasta que recobré el sentido. Y fue entonces que se dio el momento mágico. Ver su cuerpo desnudo, tendido a lo largo de la cama y la colcha marcando sus oleajes. Sus poros llamándome. Fue, lo que cualquier ser humano llamaría un milagro. Había tanta luz escapándose de su piel. Nunca en mi vida pude ver criatura más hermosa. Era como esa alfombra voladora, que no se puede tocar. Era el cielo y estaba ahí, cerca de mis manos. Dios había derramado en su ser la beatitud y la armonía. La vida corría por mis venas, presurosa. Retumbaba, gritaba internamente. El miedo y la ansiedad me hicieron su esclava..., y le veía reír, adivinándolo. Pero abandoné mi temor. Sabía que en lugar de robarme la inocencia, me regalaría una nueva, una aún más bella.

Fue como un baile. Una gota de sudor corrió desde mi frente hasta su hombro. Y vi en sus ojos los colores del mundo, como chispas, palpitando con la claridad que venía desde la hendidura del techo. Cuando sus dedos me penetraron, hasta tocar mi corazón, un calambre electrizante recorrió la médula de mi espalda, hizo rumbo por mis sienes, y terminó en mi vientre. Y entonces sentí frío. Pero estaban sus brazos ahí, para calmar el temblor que hacía más evidente la sonrisa de mi cara. La noche llegó y así el sueño. Y las horas siguientes pasaron tan dulces para mí, dormida en sus labios.

Todos mis días quedaron en ese día. En ese amanecer a la mitad de la almohada, en la que enseguida descansaba su cabeza. Ahí, a mi lado, dormía el amor. Y consigo todos los sueños e ideales de mis años pasados, y los que estaban por venir.


* * *
- Cuando abrí la ventana aquella mañana, lo supe. Ya no estaba, ni estaría más. Me lo dijeron los cristales, y la lluvia que caía y rodaba por los cristales. Me lo decían las calles y las mariposas que nadaban en el lodo, ahogándose, pidiendo ayuda, agonizando. Me lo decía la alfombra voladora, que ya no brillaba ni era hermosa y le daba al día un aspecto de cucaracha muerta. No supe en qué momento su cuerpo se desvaneció, hasta que no hubo nada. Nunca escuché su voz emitiendo palabra alguna, nunca caminé por el pasto, atada a su mano. Todo el mundo estaba resumido en este recuadro. Con esta ventana, esta cama pequeña, la almohada… Y la hendidura del techo. En un lugar tan reducido, cabía la felicidad del universo. La mía y la suya. Éramos felices, no necesitábamos de nada, de nadie. No necesitábamos voces, ni abrazos ni secretos de seres ajenos. Reía siempre y yo también.
Era suficiente.


* * *
- ¿Cuántos días han pasado? eso no importa. Encerrada, bajo este techo oscuro, no percibo los cambios. No sé cuando es de día, no sé cuando es de noche. Yo hago el intento, y trato y lucho, pero no puedo evitar sentirme así. Parece que en lugar de sangre, ahora por mis venas corre la tristeza. Siento el sabor de la angustia diluirse en mi pecho, haciéndolo gemir y comprimirse. Absorbiéndolo poco a poco. Como el fuego a una hoja de papel. Como el suelo de un sartén al aceite. Como la piel de las mejillas, confabulada con el viento, borran las lágrimas. O quizá éste las lleva hacia algún lugar.
Quién sabe dónde...


* * *
- Quizá nunca existió. A veces me pregunto si sólo fue un sueño, un sueño. Quizá fue sólo un espejismo, un ente vacío, sin alma, que estaba en mi mente, que vino a mí, y sin hablar me enseñó a comprender el parecido que existe entre el ruido y el silencio. ¿Pero estuvo aquí? ¿Quién era? ¿Qué era?.. Él, o ella, no sé cómo llamarle, sólo vino a cumplir una misión, sólo vino de paso, o quizá nunca vino.
Miro la pared, miro el lugar en el que escribí su nombre y no puedo leer nada. No puedo recordar nada más que su sonrisa. Así haya sentido su textura, su aroma, ese aroma entre dulce y amargo, entre ajenjo y almíbar, no puedo distinguir nada más. Pero aprendí a ver hacia el techo de una manera distinta, aprendí a apreciar el ruido de las cortinas, aprendí a ver más allá de la ventana. ¿Por qué decidió volver a ese páramo oscuro que ni yo misma conozco bien? Si tan sólo hubiese esperado, si no se hubiese evaporado… La eternidad, la misma eternidad, la habríamos visto pasar desde esta cama, bajo esta colcha. Quizá sólo existió en mi mente.

Quizá nunca existió.


***
- Mi soledad es insondable. Nunca había sentido tanto sufrimiento concentrado. Sólo puedo ver hacia la ventana. Recuerdo que a veces, al ocaso, solía pararse frente al balcón, sus ojos me decían “ven” y yo iba. Con sus manos señalaba las mariposas, era lo que más le gustaba, lo que más amaba en el mundo. Las mariposas. Todo lo mirábamos desde la ventana. Todo. Su rostro encendido de dicha era lo que yo más amaba. Los rayos del sol se filtraban por las frágiles y delgadas alas de las mariposas, y ese brillo lo iluminaba todo; todo el mundo se llenaba de color. Las paredes disfrutaban el baño tornasol, las flores bailaban un vals cadencioso, no sé si era el sonido de un piano o una flauta, no lo sé;, pero era color verde. Verde y amarillo, o anaranjado, el color del sonido y los rayos del sol difuminados que llenaban cada espacio vacío, cada oquedad; el brillo que todo iluminaba, y las mariposas...
Era lo que más amaba.


* * *
- Qué romántico eso de morir por amor...

Todo está muy callado últimamente y las paredes se están descascarando poco a poco. Ha llegado la hora de ver la luz de nuevo: Debo tener clemencia con las mariposas que nadaron en el fango. Clemencia, clemencia. Nadie vive por la clemencia. Esto que tengo ahora, no es más que un pequeño eco, una pequeña hebra de vida. ¿Vida? No logro entender qué es esa cosa onírica llamada vida. Esa palabra extraña. No logro entenderla y no quiero hacerlo. Porque sé que al morir, mis hijas enterradas vivirán, en un edén distinto al mío, pero vivirán. Y yo, en ese lugar que no conozco todavía, estaré más cerca de todo lo mío.




(*) Segundo lugar en el Concurso Universitario de Cuento "Juan Ramón Molina", año 2008

2 comentarios:

Luis David dijo...

Te confieso que hasta hoy leo tu cuento, yo tambien he escrito algo sobre esta sublime Lepidoptera aqui te lo adjunto:


Diario de un cínico (micro cuento)

Por: Luis David Reyes.

Sobre la mesa junto al café negro, estaban unos pedacitos de mariposas, y yo pensaba así es ella.

~Aleinad~ dijo...

El tiempo de las mariposas

Muy lindo (como todas esas cosas que escribis)... hace más de un año lo había leído en tu blog, pero siempre es bueno recordarlo...
jamás te conté que imprimi esto y otras cosas más para leerlo en mi cuarto... loqueras nomás :P

Saludos, S.