martes, 18 de junio de 2013

El guardián de las montañas

     Cansado de caminar, un anciano se detuvo bajo la relajante sombra de un descomunal árbol de mango que quedaba en medio de una calle. Muchas personas transitaban esta calle pero un joven que deambulaba por ahí se detuvo a tomar aire y compartir de la vasta frescura que proveía la sombra del árbol en un día tan soleado como este. El anciano, que había tomado mangos del suelo, le pregunto al muchacho:

-¿Querés un mango cipote?

-No gracias.

-Pues si no querés un mango, te pido que escuchés un cuento que te será muy útil en la vida.

     El joven accedió y el señor, que se enmielaba comiendo un mango maduro del tamaño de su cabeza, comenzó su relato:

     “Una vez, cuando era joven, quería irme a bañar al rio Danto, solo y sin avisarle a mi madre. Antes de todas estas carreteras el recorrido al Danto tomaba más tiempo, en especial donde yo iba a ir. Descalzo y sin miedo llegue a mi destino. Bañé y luego me cansé y decidí tomar una siesta. La siesta duró más de lo que esperaba y un sueño profundo se apoderó de mí. No me hubiera despertado si no por escuchar la voz ronca de un viejo que me decía:

-Muchacho, muchacho, despierta, despierta, que la luna domina los cielos y el Guardián de las montañas bajará por comida.

     Me estremecí al abrir los ojos y ver la penumbra de la noche, me levanté y vi al anciano que a pesar de tener el pelo plateado y liso conservaba una cara incomprensiblemente joven. Me alejé del desconocido quien se había sentado en una roca cerca de donde había dormido. Quien sabe cuánto tiempo llevaba ahí.

-¿Quién es usted?

-Me llaman el señor Bulden. ¿Quién eres tú?

     No le quise contestar. La fogata que él había hecho le alumbraban los ojos marrón rojizos que me miraban fijamente. Tenía en sus manos un bastón bien agarrado con sus manos firmemente.

-¿Cuánto tiempo ha estado ahí sentado?

-No mucho. Ya es muy tarde para regresar a tu pueblo. Eres de La Ceiba presumo. Conocí a varias personas que vivían antes ahí, pero todas se fueron. No tengo interés de volver, pero cuando lo haga, ese pueblo tuyo seguramente cambiará, está predestinado.

     Estaba con miedo y no sabía qué hacer. Deseaba tanto no haberme dormido y poder estar con mi madre comiendo baleadas.

-Apestas a desconfianza amigo. Tal vez te calmas si te cuento una historia.”
     El anciano que contaba la historia se detuvo para botar los restos del mango mientras que el joven cautivado por el cuento le preguntó:

-¿Un cuento en un cuento?

-Así es cipote, y escuchá bien lo que me contó porque de esto no te olvidarás.

     Y siguió:

     “El hombre me pidió que me sentara cerca del fuego ya que estaba bastante fresco y quería que me calmara. Y comenzó su relato:

     ‘Cuando vivía en La Ceiba, hace unos años atrás, antes de que llegaran los Vaccaro, había un salón donde llegaban los más acaudalados franceses de Juan López, los españoles de Montecristo y pobladores del mismo pueblo ceibeño. Ese día estaba comiendo en el bar cuando entró al salón un hombre vestido de negro y éste se sentó al par mío. Charlamos un poco y me contó que venía de Malta y que acababa de desembarcar. Tenía guantes gruesos negros con insignias extrañas. Acabé llevándome bien con él y estuvimos hablando hasta el atardecer hasta que sacó de su traje un juego de naipes y me pidió que jugara con él.

     Su nombre era Morgan Tídol y con el pasar del tiempo me di cuenta de que trabajábamos para una misma persona. El era más jovial y extrovertido que yo y debo de admitir que a pesar de tener menos conocimiento que yo, conocía como expresar, defender y convencer con lo poco que él sabía. Siempre fue parrandero, mujeriego y borracho y eso nunca me gustó de él, pero cuando venía a su trabajo siempre fue responsable.

     Unos meses después, entró al salón a sentarse al lado mío como era de costumbre. Él me expresó que un anciano garífuna de Pueblo Nuevo le había contado que en las montañas residía un ermitaño que según el viejo era el Guardián de la Cordillera de Oriente a Poniente. Y yo le pregunté que si lo había confirmado con los nativos pech y me dijo que sí. Al día siguiente nos emprendimos en la aventura de escalar el Pico Bonito, cosa que nadie había hecho por irrazonable miedo. No sabíamos si en realidad iba a estar ahí el mendado Guardián, pero ambos suponíamos que al ser la montaña más elevada, él residiría ahí.

     Cuando llegamos a la cima, unos diez a quince días después, vimos estacas plantadas al suelo con cabezas de monos decapitados por todo el lugar. Veníamos armados y ambos mirábamos con cautela el bosque conífero. Poco después escuchábamos voces que susurraban entre los árboles y posteriormente una sombra entre la niebla que cubría la superficie. Nos acercamos a éste con pistolas en mano. La niebla se esfumó por un instante y vimos a una mujer de buen parecer que tenía en sus manos un bastón agarrado firmemente.

     Ella era alta, trigueña y de pelo blanco liso y sedujo con la vista a mi compañero, quien se le acercó inconscientemente. Le grité que regresara y que teníamos que cumplir con nuestro objetivo, pero era muy tarde. Se le había acercado tanto que sus narices ya casi se tocaban y con la misma, la mujer salvaje le enterró un cuchillo en su estomago. Pronunció unas palabras en otro lenguaje que me aterrorizaron hasta la última célula de mí ser. Ella luego se escondió tras los árboles, con una destreza casi inhumana. Corrí hacia mi compañero y vi como su alma salía de su cuerpo a buscar otro. Eso le pasaba por bruto. Me centré en mi tarea y al poco tiempo de fastidioso combate,  maté a la mujer salvaje con un tiro en la cabeza. Su bastón rodo hacia mis pies y lo agarré. Desde ese momento mi pelo se puso blanco y volví a la civilización donde me pintaron de brujo. A los pocos meses llegaron los Vaccaro y todas las personas interesantes se fueron a Nueva Orleans o los mataron a sangre fría. Decidí irme de la perdición de La Ceiba y juré volver cuando Morgan regresara.’

     Concluyó con su historia el hombre de pelo blanco y yo todavía no había decidido en si creerle o no. Y le pregunté:

-¿Y cómo sabe que su amigo sigue vivo?

-Lo sé porque lo sé.

-¿Es usted entonces el nuevo Guardián?

-Probablemente.

     Lo miré fijamente y le pregunté:

-¿Por qué me dijo que el Guardián iba a bajar por comida?

     El solo sonrió y un sueño profundo volvió a conquistarme. Al despertar el sol nacía y el hombre ya no estaba, pero la fogata estaba recién apagada. Corrí a mi casa donde mi mamá me dio una buena fajeada por preocuparla toda la noche.”

     El viejo arrimado al palo de mango había terminado finalmente con su historia y el joven le preguntó:

-¿Y cuál es la enseñanza que me prometió con este cuento tan raro?

-¿La enseñanza?... ¡Oh, sí! Nunca le creas a un desconocido, porque nunca sabrás si su relato es verdadero.


     Al terminar de decir esto, sacó de su espalda un bastón y al agarrarla fijamente con sus manos sus ojos se hicieron marrón rojizos. El joven salió corriendo mientras el viejo lanzaba una carcajada que aun escucha el joven al pasar por ese palo de mango, donde nunca más volvió a ver al viejo.

-Gerardo Andrés Valerio Matute, estudiante de Historia.
Primer lugar en el concurso de cuento de El CURLA.

Alegría.

Mi alegría esta mañana regresa al fin,
revoloteó con desteñido cansancio;
se escucha la triste carcajada
de su dulce despertar.

¡Muestra alegría tu esplendor!
¡Muestra alegría tu esencia!
¡Muestra alegría tu feliz ser!
Resplandece mi sonrisa quebrada.

¿Acaso no ves mi ansiosa espera
cual niño ante su platónico juguete?
Ingrata alegría ¿disfrutas mi inquietud?
Sólo espero la presencia de recuerdos
cuando contenta vivas
con tu soledad como única compañía.

La decepción más grata no puede ser
nada más la realidad mostrada como respuesta.
Solamente resta disfrutar mi alegría
¡Hasta el ocaso, alegría resbaladiza!

-Miladys Mayensy Vásquez Raudales, estudiante de Química y Farmacia.
Primer lugar del concurso de poesía del CURLA.