sábado, 1 de enero de 2011

Viaje a Tulum (Parte 1)

Por Jorge Manuel Martínez

Federico Fellini es uno de esos directores que idolatro hasta más no poder. Su cine de carácter surrealista e hiperbólico me resulta sumamente interesante. Para aquellos que no lo saben, existe un cómic que realizó con el dibujante de tiras eróticas Milo Marana, lo cual no es de extrañar porque el cineasta ya había hecho guiones para cómics cuando, durante la segunda guerra mundial, las historietas estadounidenses fueron descontinuadas en Italia, por lo que las casas editoriales de aquel país tuvieron que contratar guionistas para que continuaran las historias. A Fellini le tocó trabajar como guionista de Flash Gordon, haciendo una historia que quizás dista mucho de la estadounidense y que me interesaría conseguir si es que alguien la encuentra por allí en alguna ocasión.
En Viaje a Tulum, se narra la historia de un director de cine que viaja a México en donde se ve envuelto en una experiencia de revelación espiritual a través de los shamanes, tanto buenos como malos, que conoce en aquella tierra. La historia de este trabajo es la siguiente: en el año de 1986, Federico Fellini publicó en la revista Colllo que sería el guión de una película que se llamaría Viaje a Tulum pero no estaba seguro de si llevaría esa película al cine. Al final se decidió por no hacerlo, sin embargo aseguraba que el hecho de publicar el guión antes de realizar la película lo había hecho por un dictado inconsciente y que tenía que hacer una confesión, aquel viaje realmente había sucedido. Un tiempo después, Fellini les diría en confianza a sus amigos que le interesaba que un dibujante como Manara hiciera una versión en cómic de aquel guión, resulta que tiempo después (para los que creen en el azar objetivo) el mismo Milo Manara en persona le pediría llevar al formato gráfico aquella historia.
Pero la finalidad de hacer esta entrada no es sólo hablarles de esta obra; porque la edición de Viaje a Tulum está en dos tomos, los cuales contienen una introducción de Federico Fellini y otra de Manara. Cada autor nos habla de sus expectativas e historias respecto a lo que fue la elaboración de aquel trabajo. En esta ocasión coloco aquí la parte de Fellini y, en una próxima entrega, subiré las de Milo Manara:

"Un día, Milo Manara, poniéndose todo colorado, me preguntó si no me molestaría ver trasladar al cómic mi relato Viaje a Tulum, que él había leído en el Corriere della Sera. Esa pregunta me dejó pasmado y perplejo. Quizá también un poco halagado, aunque me resultaba difícil entender que un dibujante inclinado gráficamente al erotismo y con un estilo blando y envolvente, encontrase compatibles con su manera de hacer situaciones, personajes y escenarios de un tipo de aventura a mi parecer muy lejano de las cadencias y ritmos del cómic.

Ese relato publicado por partes en el diario milanés era el intento de referir, en los estilemas de una construcción cinematográfica, las aventuras que yo había vivido realmente en un viaje realizado tiempo antes a México para ver a Carlos Castaneda, cuyos libros siempre me habían interesado e inquietado. Pensaba poderlo tener de compañero y guía al repetir los itinerarios y las etapas del extraordinario viaje inciático que Castaneda había llevado a cabo con intención de preparar una tesis doctoral sobre las propiedades de las plantas psicotrópicas. Pero, precisamente como contaba en esa historia, las cosas me salieron muy de otro modo, y ya no pensé más en hacer la película. Al contrario, justamente para alejar de mí toda tentación o reconsideración, acepté la invitación del periódico de publicar la historia por partes, como un folletín. Me parecía la manera más segura de confinar ese relato en una expresión que eliminase definitivamente de mi imaginación, de mis intenciones, el propósito de verterlo al cine. Porque, en efecto, había habido un breve período de tiempo, tras mi vuelta a Roma después de aquel viaje, en que de buena fe me dejé llevar a imaginar la película que habría podido sacar de los fragmentos de recuerdos, de las descripciones de lugares y personajes, de los bosquejos de diálogos que había anotado en cuadernos. Me parecía en verdad una bonita historia, fascinante y sugestiva precisamente por lo que tenía de indescifrable: un film que no se parecía a ningún otro. Conté este extraordinario argumento a Tullio Pinelli, que colaboró en la redacción de un tratamiento cinematográfico. Pero Milo insistía con su sonrisa de niño bueno, los ojos radiantemente celestes y el flequillo de pelo de querubín; sólo le faltaba la trompeta dorada. Al final, después de haber intentado todo para hacerle recapacitar, dijo que sí. Mi consentimiento no fue tanto por la curiosidad de ver qué obtenía Manara -su talento me garantizaba que los dibujos serían muy bellos, y además yo había tenido ya una prueba con las ilustraciones que acompañaban al relato en el Corriere della Sera- sino que quizá acepté la propuesta al pensar que la traducción gráfica de esa historia me quitaría de la cabeza, de una vez y para siempre, la ya mortecina idea sobre la posibilidad de realizar alguna vez el film. No obstante a saber por qué, quise que bajo el título se añadiese: "Argumento de Federico Fellini para una futura película". De modo que la historia empieza así. Vincenzo Mollica, presencia tranquilizadora, me invitaba a colaborar en esta insólita empresa. Yo sugería a Milo un comienzo diferente del correspondiente al relato original. "¿Por qué no iniciamos la historia en Cinecittá? Vincenzo, acompañado de una chica guapa, viene a entrevistarme". Milo estaba ya dibujando, tenía ya lista la primera entrega. Un poco más de trabajo me costó convencerlo para que sustituyera el personaje del director, es decir a mí, por Marcelo Mastroianni. Por las primeras páginas sabía que me estaba dibujando guapísimo, y, aunque verme así retratado me halagaba, no conseguía evitar imaginar las carcajadas de mis colegas cuando me vieran hecho un galán y lleno de pelo. Ya me parecía oír los comentarios de mi peluquero, que es un apasionado lector de cómics y que se enzarza conmigo en discusiones encarnizadas cada vez que sale con una nueva historia.

Si quieres -decía Milo- puedo dejarte un poco más calvo". Y contestaba yo: "Sí, pero ¿y cuando tenga que bañarme desnudo en el mar de Yucatán?... Hazme caso, Mastroianni ha sido definido como mi alter ego, y me ha representado en un montón de películas, como en La Ciudad de las Mujeres, donde lo llamamos Snaporaz, que es más que nada un nombre de personaje de cómic. Seguro que con él no tienes los problemas que se te habrían presentado al dibujarme a mí en 400 tiras, siempre con el lápiz inseguro, vacilante ante la eventualidad de que yo me pudiera sentir ofendido". Al final, Milo renunció a la apoteósica intención de representarme más guapo que Robert Taylor y Gregory Peck, y aceptó la nueva solución: Snaporaz, mi alter ego, quedaba autorizado por mí para interpretar el personaje de un director que marcha a una misteriosa y extraordinaria aventura en el pavoroso mundo de los brujos mexicanos. Por entonces, yo ya estaba atrapado en el engranaje de un nuevo guión para otro film, y junto con Vincenzo Mollica, semana tras semana, iban brotando las aventuras del intrépido grupo de exploradores, sustituyendo a los personajes del relato original con otros inventados para la nueva versión. Todo esto, mientras Manara dibujaba con ritmo febril, pero acaso no lo bastante para realizar puntualmente las entregas. Así descubrí, con un sentimiento de admiración, que detrás de un cómic que debe aparecer regularmente en los quioscos, hay una organización formidable, eficientísima y técnicamente preparada. Como la gente del cine sabe que pertenece a una casta, así los dibujantes, los guionistas, los coloristas y los que rellenan los globos con los diálogos escritos en límpida letra saben que pertenecen a una casta de artistas y artesanos realizadores de un trabajo que fascina y hace felices a millones de lectores de todas las edades. Lo mismo que los del cine creemos hacer. Además, pienso que el cómic nació un poco antes que el cine.Charlie Chaplin, Buster Keaton, Harry Langdon, Larry Semon, los grandes cómicos del cine mudo, deben mucho a Harry Holligan, al Gato Félix. Y Spielberg, Lucas y yo, ¿Acaso no nos consideramos todos deudores, rindiendo a menudo y de buena gana un festivo homenaje en tantas películas nuestras a Little Nemo, de Winsor McCay, y a los mundos alucinados y siderales de Moebius y de sus incandescentes y geniales colegas de Metal Hurlant? Perdonen si me cito continuamente: Amarcord está construida y contada ofreciendo de nuevo la sobriedad de encuadres de los dibujantes americanos de los años treinta. El homenaje es evidente también en La Ciudad de las Mujeres, donde el protagonista se llamaba precisamente Snaporaz y su doble Katzone por un consciente tributo de afecto y gratitud a Panciolini, Cagnara, Arcibaldo y Petronilla. Con toda esta parrafada quiero decir que, sugiriendo a Milo las secuencias para Viaje a Tulum, telefoneando a la directora Fulvia Serra para justificar una demora en la entrega, me he encontrado en mi ambiente de siempre, o sea en los estudios cinematográficos de Cinecittá, con los mismos problemas, incidencias de trabajo, necesidades de salir del paso, imprevistos cambios de dirección, e incluso la misma satisfacción y alegría del maravilloso viaje a la aventura, a la fábula, a la invención. Ha sido, en suma, una fiesta; lástima que haya terminado. Pero proyectos con los que he convivido mucho tiempo y luego he abandonado, historias y personajes que me han hecho compañía durante años y continúan haciéndomela, de ésos tengo muchos, que permanecen buenos y tranquilos en un cajón en el que se lee: "Futuras películas".

Por ejemplo, hay una historia muy bella de Viaje a Tulum que empieza así..."


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